A los catorce, parece que fue ayer,
el rey Melchor se lo hizo bien conmigo,
y me trajo por fin la inspiración.
Aquel adolescente ensimismado que era yo,
con granos y complejos,
en lugar de ensayar física y química,
mataba las horas rimando en un cuaderno a rayas
versos llenos de odio contra el mundo y los espejos;
el mundo, lejos de sentirse aludido,
seguía girando, que es lo suyo, desdeñoso,
sin importarle ni un carajo mi existencia;
y los espejos, cabrones, en vez de consolarme
con mentiras más o menos piadosas,
me sostenían cruelmente la miraba.
Vivía en un sitio lque se llamaba Chorrillos.
Algunas noches, mientras mis padres dormías,
me daban las diez, las once, las doce, la una,
practicaba con sordida en mi flamante inspiración
escuchando los acordes de Blanca y radiante va la novia;
o iniciándone en el furtivo y noble arte de la masturbación,
o susperando por mi prima: una chica hermosa
que suspiraba por un idiota moreno
que tenía una bici de carreras y jugaba al baloncesto.
Sólo se me ocurrían tres maneras de atraer su atención:
triunfar como torero, asaltar un banco, o suicidarme.
Lo malo era que las tres exigían una sobredosis de valor
que yo, ay de mí, no poseía; yo poseía mi cuaderno a rayas,
cada vez más lleno de insultos contra el mundo,
mi inspiración cada vez más acabada
y un plano del paraíso que resultó ser falso.
Y la vida previsible y anodida,
como una tarde de lluvia en blancio y negro.
Pero en la pantalla del ideal cinema,
cuando no daba películas de soldados,
el viento golfo del Sur, le subía la falda a mi prima,
y era domingo, y no había clases.
Y los niños del barrio soñábamos despiertos y en tecknicolor
con pájaros que volaban y se comían el mundo.
Y el mundo que querían comerse los pájaros
que anidaban en mi cabeza, pongamos que se llamaba tristeza.
Así que un día decidí sonreír, sin billete de vuelta,
me subí a un sucio vagón de esos trenes sin destino,
dormí en una cama destartalada, y aprendí
que las malas compañías no son tan malas,
y que se puede crecer al revés de los adultos;
y supe al fin a que sabe los aplausos y los besos y el alcohol
y la resaca y el humo y las cenizas
y lo que queda después del os aplausos y los besos y el alcohol
y la resaca y el humo y las cenizas.
Tal vez por eso, mis ganas de que mis poemas
quieran ser un mapa mundi del deseo,
un inventario de la duda, siete rosas con espinas.
Y cuando las cartas vienen malas,
y amenaza tormenta, y los dioses se ponen intratables
y los hoteles no son dulces
y todas las calles se llaman melancolía,
todavía fantaseo con ser torero,
o con desbalijar sucursales de bancos en quiebra
o con probar mi suerte a la Ruleta Rusa.
Pero ahora, en lugar de entrar a un ruedo y ser torero,
o de escribirle poemas a mi prima,
o de ahorrar para una entrada y ver a Sabina,
escribo en tecnicolor mis noches perdidas,
para vengarme de tantas tardes de lluvias en blanco y negro,
de tantos hombres vestidos de gris,
de tantas primas hermosas
que se van con idiotas morenos que juegan baloncesto,
de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías.
Aquellos problemas de niñez, trajeron ciertas cicatrices,
y aquellas veces que no amé, me dieron una punzada en el alma.
Pero no me quejo: tengo amigos y memoria y novia y risas
y vaivenes y una mala salud de hierro
y un par de novelas que nunca termino,
que me tienen disfrutando como un padre primerizo.
Y de cuando en cuando, una prima hermosa
me tira un beso desde cualquier lado,
aprovechando en un descuido de su novio,
ese idiota moreno que juega al baloncesto.
¿Que a qué viene a todo esto, Claudia?
pues, a que anochece y esta lluviendo.
Y yo no sabía decirte, que, desde ahora,
esta boca es más tuya que mía.
jueves, 13 de marzo de 2008
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