lo olvidé para anidad en tus brazos.
Si alguna vez fui bello y fui bueno,
fue enredado en tu cuello y tus senos.
Si alguna vez fui sabio en amores,
lo aprendí de tus labios cantores.
(...)
Claudia es de aquellas chicas que prefieren el buen rock (ya en inglés, ya en español) y no el reguetón, el punk, y el metal (que son tres géneros cuya sólo pronunciación es una falta de respeto). Ella es muy inteligente, analítica, por eso, y porque me gusta la calma que me irradia, la amo. Ella no es como las otras chicas (harén que se aloca con el primer vagabundo que las mira bonito, que se preocupan más por si están guapas que por forjarse un futuro; en pocas palabras, un harén inútil). Cualquiera que viese a Claudia diría que nunca ha tenido enamorado por que es muy seria; dirían, también, que, desde pequeña, iba al colegio en movilidad; que nunca ha ido a discotecas y que su familia es feliz desde la infancia. Podrías decir eso de Claudia, y no te equivocas, no, efectivamente, ella nunca ha tenido enamorado, ha estudiado siempre en un colegio de mujeres, siempre ha ido en movilidad, y, las horas que otras chicas las invierten en discotecas, ella las invirtió en estudios científicos de política, literatura, religión. Y, a causa de ellos, es analítica, crítica de mis versos inocentones, quiere estudiar Ciencias Política y es agnóstica. Con todo lo anterior voy de acuerdo, lo que si no me encaja es que sea agnóstica, yo, aunque mal, creo en Dios. Claudia nunca ha tenido enamorado, según me dice, ¡es virgen de labios!, y, bueno, supongo que de lo otro también, nunca se lo he preguntado, es que no hablo de sexo con ella, bueno sí, pero objetiva y generalizadamente. «Mi chiquititud ha sido muy linda», me dice siempre que la evoca. Cuando me pregunta sobre la mía, yo le respondo con el primer verso del soneto “Tristita”, escrito por Abraham Valdelomar: «Mi infancia, que fue, dulce serena triste y sola…», y ella estalla en risas dulces y repone que es imposible que yo haya tenido una infancia triste… Eso lo dice porque ella no sabe mis secretos.
Claudia ha cumplido 17 años hace unas semanas, no la saludé porque no sabía que era su cumpleaños, ni siquiera me hablaba con ella, es más, yo pensaba que el tipo de mujeres como Claudia existían en la literatura, por eso días. Tiene Claudia unos ojos grandes, inteligentes y sonrientes; su cabello es corto (le llega a la nuca), castaño y fino; usa lentes, y eso la hace ver más intelectual (sus lentes son de marco plateado, cada vez que la veo mirándome por encima de su lentes como quien dice: hola, loco; la amo más); sus cejas son ralas; sus labios rojitos, y eso que no se los pinta, y delgados; tiene un lunar debajo del ojo en donde yo tengo una cicatriz.
No debería decírtelo, pero tiene unos senos pequeños y puntiagudos, si parecen limones (ojalá que ella no lea esto nunca porque me va odiar je, je), se ven así desde la posición donde en ocasiones, porque no soy un enfermo, las veo. Tiene los muslos gruesos… «En el colegio jugaba fútbol», me cuenta… supongo que a eso se debe el grosor exquisito de sus muslos; me imagino que han de ser más níveos que sus brazos y su cuello. Tiene una cintura de avispa, que me gustaría ceñir y perderme allí (como en mis fantasías erótico-mágicas); tiene, y no exagero, las manos más suaves que me han tocado, son de seda, lo sé porque ella me acarició la mejilla hace unos días; dejó, recuerdo, una estela de esperanza en mi mejilla sedienta por un beso suyo.
Sí, Claudia es muy excitante y bella. Te confieso que yo espero los recreos para verla jugar Sudoku y hablar con ella de, quizá, una película recién estrenada, de Mariátegui, de Valdelomar, de música, de política (que es su fuerte). Es una beldad. Con sólo verla me vuelvo loco… Mi locura, o mi impaciencia, me hace espiarle desde un lugar que no me ve (creo). Todas las cosas que me gustan tienen su cara. A los trece, aprendí el “juego de la botellita”, me gustaría jugarlo con ella, aunque no creo que le haga gracia y menos jugarlo conmigo, sí, porque ella es exquisita en sus gustos, yo soy poca cosa para su merced, Claudia. Ah, ella adora los canes, los pequeños sobretodo. Creo que ella haría una pareja perfecta con el enfermo de Mendiola si éste no fuera tan insano y hablo de su perversión por las alumnas. Sólo escuchar el apellido de ese señor me da rasca-rasca y/o arcadas.
Claudia ha cumplido 17 años hace unas semanas, no la saludé porque no sabía que era su cumpleaños, ni siquiera me hablaba con ella, es más, yo pensaba que el tipo de mujeres como Claudia existían en la literatura, por eso días. Tiene Claudia unos ojos grandes, inteligentes y sonrientes; su cabello es corto (le llega a la nuca), castaño y fino; usa lentes, y eso la hace ver más intelectual (sus lentes son de marco plateado, cada vez que la veo mirándome por encima de su lentes como quien dice: hola, loco; la amo más); sus cejas son ralas; sus labios rojitos, y eso que no se los pinta, y delgados; tiene un lunar debajo del ojo en donde yo tengo una cicatriz.
No debería decírtelo, pero tiene unos senos pequeños y puntiagudos, si parecen limones (ojalá que ella no lea esto nunca porque me va odiar je, je), se ven así desde la posición donde en ocasiones, porque no soy un enfermo, las veo. Tiene los muslos gruesos… «En el colegio jugaba fútbol», me cuenta… supongo que a eso se debe el grosor exquisito de sus muslos; me imagino que han de ser más níveos que sus brazos y su cuello. Tiene una cintura de avispa, que me gustaría ceñir y perderme allí (como en mis fantasías erótico-mágicas); tiene, y no exagero, las manos más suaves que me han tocado, son de seda, lo sé porque ella me acarició la mejilla hace unos días; dejó, recuerdo, una estela de esperanza en mi mejilla sedienta por un beso suyo.
Sí, Claudia es muy excitante y bella. Te confieso que yo espero los recreos para verla jugar Sudoku y hablar con ella de, quizá, una película recién estrenada, de Mariátegui, de Valdelomar, de música, de política (que es su fuerte). Es una beldad. Con sólo verla me vuelvo loco… Mi locura, o mi impaciencia, me hace espiarle desde un lugar que no me ve (creo). Todas las cosas que me gustan tienen su cara. A los trece, aprendí el “juego de la botellita”, me gustaría jugarlo con ella, aunque no creo que le haga gracia y menos jugarlo conmigo, sí, porque ella es exquisita en sus gustos, yo soy poca cosa para su merced, Claudia. Ah, ella adora los canes, los pequeños sobretodo. Creo que ella haría una pareja perfecta con el enfermo de Mendiola si éste no fuera tan insano y hablo de su perversión por las alumnas. Sólo escuchar el apellido de ese señor me da rasca-rasca y/o arcadas.
(...)
A Claudia la conocí un sábado por la mañana, en junio, lo recuerdo porque desde ese día me ilusioné para toda la vida. Recuerdo que ella me encontró triste y pensativo, parado y mirando los resultados del último simulacro que dimos. Ella apareció de cualquier lado y le dio cualquier excusa a su aparición como ángel mágico. Yo la había visto antes, pero no de tan cerca como cuando me preguntó cómo me llamaba. Se lo dije y ella suspiró como diciendo: ya lo sabía, lo hice para confirmarlo. Vestía bien (un jeans azul pegado, una casaca amarilla, y, lo que más me gusto, una boina calada negra al estilo del Ché), me miró, y me preguntó que qué hacía. «Miro mi resultado», le respondí. Se quitó la boina y dejó entrever sus cabellos castaños, muy finos, por cierto. Me quedé idiota. Me miraba de reojo y eso me fascinaba. «Me llamo Claudia. ¿Me recuerdas, verdad?», y yo, que no la recordaba del todo, le dije que sí, sí, cómo me voy a olvidar de ti. «Qué haces por acá», añadí. Y ella: «Estudiando je, je, je»; esa risita la sentí burlona, de seguro pensaba que era un idiota por preguntar idioteces. «En qué puesto has quedado», preguntó. Y yo, para impresionarla: «En el segundo». Me felicitó con un palmadita en el hombro, no esperaba más por ser nuestra primera conversación. Pero algo de mí le decía que yo era un idiota, pienso, que quizá mi apariencia mustia, sosegada y de chico que nunca ha tenido chica. Quizá eso le horrorizaba, porque para que un chico de mi edad no tenga chica o había que ser gay o un completo idiota, porque ahora es pecado llegar virgen a los dieciocho. Quizá, tal vez, pensaba que era un vago, un pelele, un perdedor, lo cual me encargué de disipar al exponerle mis ideas y contrastarla con las suyas que no son nada despreciables, porque ese día me di cuenta que era una chica demasiado interesante, demasiada lejana para mis aspiraciones de aprendiz de escritor. Lo cierto, nadie me lo discute (porque nadie lo sabe), es que ese día me enamoré de ella, sobre todo de su intelectualidad… se fue, y ya la amaba para siempre, desde ese días vivo prendido de sus huellas.
Recuerdo que hablamos de política, cultura, literatura y arte, lo cual no es común en una chica porque pareciese que todas la chicas le tienen fobia a ese tipo de cosas; por eso supe desde ese día que Claudia era única e irremplazable. «Al Perú le falta gente que sepa gobernar, no una sarta de gaznápiros que se llenan los bolsillos con dinero ajeno, del pueblo hablo», inició una crítica política cierta de este tiempo. Y yo la halagué diciendo: «Bueno, mi presidenta, para eso ha nacido usted». Unos días más tardes ella me diría: «Cuando te vi parado, yo pensé que eras un vago, un tonto sin oficio, uno de esos que vienen a hacer vida social… Me equivoqué… Aprendí la lección no volveré a juzgar a la gente por su apariencia… Eres admirable». Esas palabras me levantaron lo que se llama autoestima. Ella lo hace constantemente con los halagos que le hace a mi personalidad (aunque no sabe que soy esquizoide), yo sé que ella me ve como un buen amigo, mejor confidente; no como yo quiero que me vea, es decir, su enamorado, su novio, esa sombra que se tumba a su lado en el piso, la acaricia, la besa y espera que se duerma para exhalar un suspiro profundo e insonoro.
Yo le escribo poemas de amor a Claudia, pero, ella no lo sabe. Sabe que quiero ser escritor y por eso se me ha pegado más. «Los escritores son muy intelectuales, tienes un buen futuro», me dice Claudia, creo que así justifica esta amistad. Me gusta hablar con Claudia aunque no tenga nada que hablar, si sucede eso, entonces me siento a escucharla porque ella siempre tiene algo interesante que decir, como, de repente, que han descubierto cierta vacuna para tal enfermedad, o me pide que le dé mis opiniones sobre determinada situación, cuando sucede esto, mis ojos se ponen vidriosos porque nunca antes a nadie le había interesado cómo me siento yo o qué pienso, y precisamente lo que Claudia hace, por eso tiene todo, todo mi amor.
Recuerdo que hablamos de política, cultura, literatura y arte, lo cual no es común en una chica porque pareciese que todas la chicas le tienen fobia a ese tipo de cosas; por eso supe desde ese día que Claudia era única e irremplazable. «Al Perú le falta gente que sepa gobernar, no una sarta de gaznápiros que se llenan los bolsillos con dinero ajeno, del pueblo hablo», inició una crítica política cierta de este tiempo. Y yo la halagué diciendo: «Bueno, mi presidenta, para eso ha nacido usted». Unos días más tardes ella me diría: «Cuando te vi parado, yo pensé que eras un vago, un tonto sin oficio, uno de esos que vienen a hacer vida social… Me equivoqué… Aprendí la lección no volveré a juzgar a la gente por su apariencia… Eres admirable». Esas palabras me levantaron lo que se llama autoestima. Ella lo hace constantemente con los halagos que le hace a mi personalidad (aunque no sabe que soy esquizoide), yo sé que ella me ve como un buen amigo, mejor confidente; no como yo quiero que me vea, es decir, su enamorado, su novio, esa sombra que se tumba a su lado en el piso, la acaricia, la besa y espera que se duerma para exhalar un suspiro profundo e insonoro.
Yo le escribo poemas de amor a Claudia, pero, ella no lo sabe. Sabe que quiero ser escritor y por eso se me ha pegado más. «Los escritores son muy intelectuales, tienes un buen futuro», me dice Claudia, creo que así justifica esta amistad. Me gusta hablar con Claudia aunque no tenga nada que hablar, si sucede eso, entonces me siento a escucharla porque ella siempre tiene algo interesante que decir, como, de repente, que han descubierto cierta vacuna para tal enfermedad, o me pide que le dé mis opiniones sobre determinada situación, cuando sucede esto, mis ojos se ponen vidriosos porque nunca antes a nadie le había interesado cómo me siento yo o qué pienso, y precisamente lo que Claudia hace, por eso tiene todo, todo mi amor.
(...)
(Fragmento de una novela inconlcusa)

4 comentarios:
saludo tu amplia cultura literaria.
y te felicito por ello y espero que sigas aumentando esa cualidad bastante envidiable.
te dejo mi mejor saludo amigo jeremias.
me obsesiono siempre por los finales cuanto demorara para que culmine !!espero que pronto
Què enamorado estás mi amigo Jere...muchos saludos de tu amiga Carol
Jery, hi, por aki pasaba, y me prgunte si por si akaso concocia al chico de la foto, y si lo conozco. Te lei y es verdad eso de k t vas supernado cada vz mas. hac muxo k no te leia, y es agradabl volvr a sabr de ti. Lo Unico malo d tu pagina sk casi veners a esa insipida. Dedikam uno para que te vuelvas a ganar el rspeto mio. Aunk la verdad ya lo tiens. Spero saber d ti, pronto... Cuidat muxo, te mando todos mis besos. Bye
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