domingo, 11 de septiembre de 2011

Tercera muerte

Por si alguien le interesa, alguna vez, si le gustó mis letras y quiere saber de mí, el que las hizo, le dejo una reseña biográfica. Pero, por favor, si me mencionan, mencionen a Claudia, ella fue mi motivación en esta tormenta. Y afuera llueve, y en mi interior también. Me inundo. Y la gente me mira y siente lástima. Y yo sigo decidido, premedito mis pasos. Y mi amor con la aurora te vuelve a esperar... Porque mis ojos se mueren sin mirar tus ojos...

Nací el 24 de mayo del 89. Mi madre dice que fui un milagro, pues, muy aparte de los denodados esfuerzos que tuvieron que hacer para concebirme, el hecho de mantenerme con vida durante esos primeros años, fue una contradicción a los estilos de la naturaleza. Fui mellizo, pero mi otra mitad pereció en el intento. Estudié al principio en colegios particulares, pero el maltrato por parte de algunos compañeros me volvieron evitativo, ya que yo era el menor de todo el salón; es decir, crecí en un mundo inapropiado. Ese acelaramiento en mi educación, en el desarrollo del curso de mi vida, me trajo un serio problema, según me dijo la doctora Villa, que fue una depresión, y matizó mi personalidad al grado de darle un trastorno. El fin de la primaria me atrapó con una terrible pena. Lo que la doctora Villa llamaría mi primera muerte. Esta muerte duró dos años y medio. Mi mamá se fue a tierras gauchas, a mí eso me ensimismó mucho, acompañado del maltrato en el colegio, y de los arrebatos de furia de mi hermano mayor, eso me volvieron este tipo retraído que suelo ser cuando me siento desprotegido o con miedo. Un día él, víctima de su ira, me cogió del cabello y me arrastró desde las escaleras. Estaba entre dos fuegos, de algún modo tenía que escapar, qué mejor que vivir en mi mundillo, indeleble y plausible como una tormenta de escarcha. Los tiempos de la secundaria, fueron así de apocados, con la misma gravedad para la sociabiliazición y un ensimismamiento del cual solo me desprendía para entrar a la clases de letras, tales como Historia o Literatura. También sufrí el desdén de esa gente irreverente con actitudes de trogloditas. Todo porque era el menor de ellos. Tuve mi primer enamoramiento a los catorce, pero ya estaba algo loco como para entender que no sería el último. Y, pues, con esa niña viví momentos álgidos de irrevocables milagros, de insanas sorpresas, pero de infelices torturas. Terminó por dejarme por un emo que iba al gimnasio. A los diecisiete, con las ideas claras y la insoportable sospecha de querer ser un intelectual, me enfundé en la Literatura. Me gustó mucho Las cuitas de joven Werther y eso tal vez le entregó a mi personalidad ese toque romántico, soñador e idealista, con un amor de novelas, con ese afán por quererme, y por qué no, morir de amor, o morir por ella. Luego aprendí sobre el Che Guevara, ese argentino loco, y quise ser como él, me aferré a utopías, a inexistencias, a mundos probables, realidades alternas que ofrecía la locura. Y luego la poesía de Benedetti, Sabina, Miguel Hernández, Ernesto Cardenal... Y la música, desde luego. El arte y el amor son dos festines que la vida nos ofrece a cambio de tanto dolor. Claro, mantenerse vivo es un reto. Ay, la vida, se va terminando como se terminó mi suerte... Y un día a los diecisiete años conocí a la que sería la mujer de mi vida. Claudia Bazán. Y ella durmió mis penas, me enseñó mucho del amor. Y de otros aforismos. Tuvimos una relación muy bonita, pero a la vez muy rara. Y ella marcó mi futuro. Es la mujer que más amé, a quien está dirigido todo lo que escribo. El día que la perdí, simplemente reapareció esa tristeza dormida. Y esa sería mi segunda muerte. Si la ven, díganle que fue mi último pensamiento. Ingresé a San Marcos a seguir una carrera de Letras que no era de mi agrado mucho, la cual dejé por seguir una de mi total agrado: Literatura, en la cual me esfuerzo y me desvelo, con tal de sobresalir. Y, por qué no, impresionar a Claudia otra vez. Pero una mañana de septiembre, amanecí muerto. Sería mi tercera muerte, la definitiva. La noche anterior había ingerido mucho alcohol, y estaba lo suficientemente ebrio para entender que alcohol y pena son mala compañía, y si a eso se le suman barbitúricos, dio como resultado mi muerte. Perdí mi batalla contra la depresión. Y esto fue impulsado por una serie de acontecimientos torvos que fueron añejando mi alma al punto de volverme loco de pena. Y a esa gente que encontró divertido quererme le afectó mucho mi deceso, pero se recuperaron muy pronto y sus vidas siguieron sin llanto y sin penas. Me enterraron en la tumba que comparto con mi hermana melliza, mi compañera. Nací llorando y morí llorando. Y desde un lugar muy apartado y solitario, ya no me siento triste, pero siento una terrible nostalgia porque extraño el amor de Claudia y el arte que hacía para ella.

Postdata: Ella fue mi último pensamiento, tal como se lo prometí

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